Armonía infinita

 

Quisiera ser aire,
jinete del viento,
navegar de la brisa
sin perfil del cielo.

Quisiera ser agua,
ola de silencio,
habitar la líquida
rosa del océano.

Quisiera ser llama,
espiral del fuego,
vivir en la brasa
roja del misterio.

Quisiera ser tierra,
semilla en el huerto,
abrazar la esencia
mineral del sueño.

Ser senda en el agua,
camino en el viento,
raíz en la tierra
y estrella en el fuego.

Quisiera ser siempre
paisaje sin dueño,
juntar en mi alma
los cuatro elementos.

El aire y el agua,
la tierra y el fuego:
la música eterna
que fluye en el tiempo.

Un poema de Juan Ramón Barat de fácil composición (en apariencia, nunca nada es fácil); siete estrofas de arte menor, donde se vislumbra, no siempre, una rima asonante.

El yo poético, en una repetida anáfora (valga la redundancia) expresa su deseo de confundirse con los cuatro elementos (!)… que se usaban en la Antigüedad para explicar los patrones en la naturaleza (la palabra elemento se refiere más al estado de la materia, es decir, sólido (tierra), líquido (agua), gas (aire), plasma (fuego) o a las fases de la materia, que a los elementos químicos de la ciencia moderna).

En la cultura occidental, el origen de la teoría de los cuatro elementos se encuentra en los filósofos presocráticos y perduraron a través de la Edad Media hasta el Renacimiento, influyendo profundamente en la cultura y el pensamiento europeo.

El poeta se aprovecha de este poso de cultura para declarar su anhelo por fundirse con la naturaleza, bellamente dibujada en esta poesía.

Una composición bonita, agradable, donde se encuentra un poquito de (no dicho peyorativamente) cultura, de lírica y de belleza.

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