A batallas de amor, campo de plumas
Ningún vestigio tan inconsolable como el que deja un cuerpo entre las sábanas y más cuando la lasitud de la memoria ocupa un espacio mayor del que razonablemente le corresponde. Linda el amanecer con la almohada y algo jadea cerca, acaso un último estertor adherido a la carne, la otra vez adversaria emanación del tedio estacionándose entre los utensilios volubles de la noche. Despierta, ya es de día, mira los restos del naufragio bruscamente esparcidos en la vidriosa linde del insomnio. Sólo es un pacto a veces, una tregua ungida de sudor, la extenuante reconstrucción del sitio donde estuvo asediando el taciturno material del deseo. Rastros hostiles reptan entre un cúmulo de trofeos y escorias, amortiguan la inerme acometida de los cuerpos. A batallas de amor, campo de plumas.
Un poema de amor de José María Caballero Bonald; en él, hace un juego consistente en fusionar el amor y la guerra, en usar el léxico militar para hablar del hecho amoroso, de la consumación del amor entre personas.
Dividido en dos partes, en la primera presenta el lecho de los amantes -el tálamo-, donde descansan…
En la segunda parte, el yo poético aparece, y también el tú poético, en una especie de llamada a contemplar y a recrearse en lo hecho, y en las secuelas que deja en el lugar donde se ha hecho.
Un poema erótico, barroco, cultista, donde lo que podría ser obsceno se convierte en belleza, en sugerencia. Una bellísima poesía sobre el amor consumado, localizado en el mismo lugar de su realización.
El título del poema está tomado de un verso de Luis de Góngora, cuyo valor primero está perfectamente recogido por el autor que lo reúsa.