A propósito de Blade Runner
Por los oscuros ojos del sueño descubro
la lluvia persistiendo sobre el espejismo futuro,
la niebla hacinada de sombras
y el laberinto de lenguas indecibles,
donde se confunde el entendimiento.
La vida de los hombres
-y la de aquellos que se les asemejan-,
sucumbe inexorablemente en la ciudad entrevista.
Alguien, huérfano de pasado,
en la infinita reiteración de su destino,
en algún instante de la eternidad,
mata al Creador y convierte la lluvia
en el olvido de todas las visiones,
en el silencio de todas las respuestas que
-no obstante-
jamás fueron ni serán pronunciadas.
Un poema de Antonio Tello a propósito de la película Blade Runner, y traído a propósito ahora por la coincidencia de fechas, entre ahora y el momento en que se desarrolla la trama de esta obra cinematográfica, noviembre del 2019.
En la primera estrofa, el autor poetiza el lugar -y el tiempo-, Los Ángeles posnuclear y siempre nocturno, de una distopía (un recurso o tópico en el arte, la presentación de un momento de la humanidad -parcial o a gran escala- indeseable y futurible…).
En la segunda estrofa, aparece la existencia en esa distopia la cohabitación de humanos y replicantes -androides-… y la presencia de Roy Batty, cuyo monólogo final, sumamente poético (“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.”), sobre la muerte y la desaparición -el fin de la existencia y de lo vivido- no tiene respuesta.
Esta composición poética pretende recoger la esencia de la tesis de la obra en que se basa: qué somos y qué pintamos aquí.
Y yendo más allá, este recuerdo y esta transcendentalidad de Blade Runner -como otras obras- tiene algo de visión; posiblemente vivimos en una distopia, llamada calentamiento global -donde nos estamos cociendo a fuego lento, y donde todavía no se ha encontrado respuesta a enigmas de la existencia humana.
Gracias una vez más a Bárbara Sánchez por la lectura. Y a Olga Vázquez por su trabajo.