Ajedrez

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I

En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.

Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.

Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.

En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.

II

Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?

 

En este poema de Borges, el ajedrez (el juego) representa la vida (la realidad), su organización y la resolución de sus conflictos.
Para Borges, el ajedrez es el lugar donde las figuras de diferente nivel y colores contrarios y radicalmente opuestos confluyen en un combate, en un lugar determinado que ya no sólo es el tablero de ajedrez sino que es la vida. Pero las piezas del ajedrez no se mueven solas, es imposible, no tienen vida a menos que exista algún jugador que las mueva, dirija, en la representación de Borges el tablero de ajedrez es la vida, y en ella se juega indefectiblemente una batalla. Al decir en su poema Ajedrez que hay un Dios que mueve las piezas está claramente representando la postura de oposiciones que encontramos en las disyuntivas precisas del existir: el blanco y el negro, el bien y el mal y preguntas básicas como el quién ganará.
La segunda parte del poema nos habla respecto de que la batalla jugada en este tablero, no es cualquier batalla y no representa la simplicidad de cualquier jugador. «Dios mueve al jugador, y éste, la pieza». Luego las siguientes líneas del verso nos muestran el común y constante cuestionamiento del ser humano, la tierra es el tablero, la vida es aquel lugar que hay que preservar y el lugar para conseguir seguir viviendo. ¿Existirá alguien, que mueve las «piezas» de manera determinada y predeterminada?, ¿será acaso ese «alguien» el que determina la vida ser humano, para determinarlo como tal? Aquel que decide quién será el rey y las estrategias para protegerlo.
Sirva este poema de profundo sentido filosófico para la celebración del Día Mundial de la Filosofía (19 de noviembre del 2015).

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