Al otro lado de donde habita la soledad

La soledad me sigue como un pequeño
perro fiel,
pero yo no tengo mascotas,
tengo un triste nombre de mujer
vestida de verde esperanza,
que me araña por dentro,
que me susurra cosas sobre los otros,
los que sé que no me quieren;
también se acuerda de meter el agua fría
en el frigorífico,
es su manera de cuidarme.
 
Y yo hablo con ella
y ella me cuenta cosas
y le pregunto dónde vive
 
Descubro que no habita en las casas,
se esconde entre sus paredes,
duerme justo en el muro
que separa los golpes de un hombre,
del silencio de una familia
que se dice a sí misma,
lo que pasa al lado
no es asunto nuestro;
quizás la soledad conviva ahí con una mujer.
 
La soledad pasea por el mundo
engalanada con sus mejores trajes;
lleva más de siete años en Nigeria,
junto a las más de 200 niñas
secuestradas por Boko Haram;
y en unos meses también estará en Kabul
cuando nos hayamos olvidado de Afganistán.
 
Otros días descansa
en las gradas de un campo de futbol
justo en el minuto 85 cuando el equipo local
va perdiendo
y le susurra a los aficionados
que permanecen allí,
incapaces de abandonar,
que durante cinco minutos más
lo que añada el árbitro de descuento,
ese será el mayor de sus problemas,
y no volver acompañados
a una vida desamparada.
 
La soledad pasea siempre a nuestra vera
se sienta en la mesa de al lado,
en los bares cutres a los que vamos;
allí juega a las cartas
con nuestra otra compañera
que nos sigue desde el primer llanto;
la soledad y la muerte
juegan a las cartas
y no queremos ver como hacen trampas.
 
Y se tumba junto a nosotros
en la playa,
y cuando nos llena la toalla de arena
nos gusta fingir que han sido los niños
que juegan al lado
y que el mar con lo grande que es
no se siente solo.
 
La soledad se ha escondido aquí también,
para que yo finja que no la veo,
sentada entre el público,
tomando el rostro de mi hermano;
ahí reconozco su existencia.
Y no le miro a los ojos,
quizás le haya cogido miedo
porque ya no son azules como la pena.
 
El resumen de esto
es que la soledad habita todos los sitios
donde nos sentimos más humanos que animales,
incluso donde el olvido,
y por ello en un verso de Bécquer
y en las entrañas de todos los poetas
que volvieron a escribirlo.
 
No, la soledad no es mi amiga,
pero a estas alturas de la vida,
tampoco es mi enemiga;
simplemente es coexistente a mis vertebras,
duerme en mis pulmones
y me enreda el pelo por las noches.

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Un poema de Mercedes Morón –poeta almendralejense muy joven e iniciada en la poesía desde niña, y ya autora de dos libros- que consiste en una poetización de la soledad.

A través de estos versos, el yo poético habla de su soledad –ese estado vital inherente a cualquier vida-, de la soledad que surge del trato defectuoso con los demás, de la soledad universal, de los otros, cercanos o menos cercanos; de la soledad habitual, cotidiana, en no importa en qué momento; para acabar esta reflexión y su embellecimiento poético, la solución es aceptar su presencia en nuestra existencia.

Una profundización íntima y a la vez social, objetiva y subjetiva a la vez, sobre una realidad incuestionable.

Gracias a Mercedes, hija de nuestro compañero Antonio M., por habernos pasado la lectura en público de esta composición suya.

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