Bajo los tilos
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Bajo el tilo sobre el prado,
estuvo el lecho de los dos, habréis podido ver
que han quebrado bien a ambos, hierba y flor.
En un valle junto al soto, ¡tandaradei!,
cantó bello el ruiseñor. Fui caminando
a la vega, mi amado se me adelantó.
Y habiendo llegado, la dicha esta
de augusta mujer, no cesó.
¿Si me besó? Veces mil, ¡tandaradei!,
ved la roja boca en mí.
Entonces él hizo, generoso
de flores, un lecho y cojín.
De eso habrá reído muy gozoso,
quien haya pasado por allí.
Por las rosas verá bien, ¡tandaradei!,
dónde se apoyó mi sien. Que yació conmigo
si oyeran, ¡qué vergüenza, nos guarde Dios!
Lo que conmigo hizo jamás sepa
nunca nadie, más que él y yo,
y un pajarillo cantor, ¡tandaradei!,
que guardará nuestro amor.
Bajo el tilo,
en el campo,
allí donde estuvo nuestro lecho,
podréis encontrar con gracia
rotas las flores y la hierba.
En un valle, junto al bosque, ¡tandaradei!,
cantaba, bello, el ruiseñor.
Fui andando a la pradera
y ya estaba allí mi amor.
Allí fui recibida como gentil dama,
por lo que estaré siempre contenta.
¿Me besó? ¡Más de mil veces!,
¡tandaradei!,
mirad como tengo de roja la boca.
Él había hecho allí
un lecho muy rico, de flores,
aún sonreirá de corazón
quien vaya por aquel sendero:
entre las rosas, ¡tandaradei!,
reconocerá donde apoyaba yo la cabeza.
Lo que hizo conmigo,
si lo supiera alguien,
¡no quiera Dios!, me avergonzaría.
Cuál fue su comportamiento conmigo
nadie lo sabe,
sino él y yo,
y un pajarillo,
¡tandaradei!,
fielmente nos guardará el secreto.
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Un poema de W. von der Vogelweide, poeta alemán del siglo XII, un ejemplo de poema de amor galante de los trovadores medievales, que poetizaban el amor cortés entre un caballero y una dama.
En este caso hay una novedad, la voz lírica es una sencilla muchacha -no una noble dama- alegre y tímida, que disfruta del encuentro amoroso que nos cuenta explícitamente -una confesión poco frecuente en la lírica de esa época- y del que a la vez siente pudor. En un ambiente natural y bello, con el testigo de un ruiseñor, que se nota presente con la delicia la onomatopeya que se repite.
Una joya histórica de la poesía, un ejemplo de la sensualidad eterna y del deseo cumplido entre dos personas, hermosamente puesto en versos.
Gracias a Marisa Hidalgo, compañera de nuestro Centro, por su recitación.