Dilo, dilo otra vez…
Dilo, dilo otra vez, y repite de nuevo que me quieres, aunque esta palabra repetida, en tus labios, el canto del cuclillo recuerde. Y no olvides que nunca la fresca primavera llegó al monte o al llano, al valle o a los bosques, en su entero verdor, sin la voz del cuclillo. Me saluda en las sombras, amado mío, incierta, esa voz de un espíritu, y en mi duda angustiosa, clamo: «¡Vuelve a decir que me quieres!» ¿Quién teme un exceso de estrellas, aunque los cielos colmen, o un exceso de flores ciñendo todo el año? Di que me quieres, di que me quieres: renueva el tañido de plata ; mas piensa, amado mío, en quererme también con el alma, en silencio.
Un interesante poema de Elizabeth B. Browning sobre, cómo no, el amor.
En concreto, sobre la declaración del amor; es decir, el valor metalingüístico de la palabra amor; el hecho de pronunciar o escribir esas palabras, te quiero, suponen en sí la existencia misma de un sentimiento.
El amor debe sonar en la boca del amante, o debe ser visto escrito por el amado/a.
Así somos, porque también estamos hechos, y no sabemos hasta qué punto, de palabras.
También, valga la paradoja o contradicción, el amor es inefable, según dice la poeta, de esencia espiritual o algo así.
En resumen, bonitas palabras sobre el amor.