Edad de oro

Un día u otro
todos seremos felices.
Yo estaré libre
de mi sombra y mi nombre.
El que tuvo temor
escuchará junto a los suyos
los pasos de su madre,
el rostro de la amada será
siempre joven
al reflejo de la luz antigua de la ventana,
y el padre hallará en la despensa la linterna
para buscar en el patio
la navaja extraviada.
No sabremos
si la caja de música
suena durante horas o un minuto;
tú hallarás -sin sorpresa-
el atlas sobre el cual soñaste con extraños países,
tendrás en tus manos
un pez venido del río de tu pueblo,
y ella alzará sus párpados
y será de nuevo pura y grave
como las piedras lavadas por la lluvia.
Todos nos reuniremos
bajo la solemne y aburrida mirada
de personas que nunca han existido,
y nos saludaremos sonriendo apenas
pues todavía creeremos estar vivos.
Un poema de Jorge Teillier -poeta chileno de siglo XX, conocido especialmente por ser fundador de la poesía lárica, seguida por otros poetas chilenos y cuyos rasgos son lo amable y lo cotidiano, la escritura sencilla, la presencia del mito de la Edad de Oro y el valor humano de las cosas-, fiel reflejo de su estética y de su ética.
Efectivamente, esta composición desarrolla la creencia en una etapa inicial de las edades del hombre, en un estado ideal o utópico, cuando la humanidad era pura e inmortal -y que alimentaba los sueños de los que por diversas razones rechazan el mundo en que viven-.
Así, la Edad de Oro en este texto se refleja en la vida del día a día, entre familiares y amores -incluidos todos, nosotros, yo, él, ella, tú- entre pequeños anhelos y éxitos. Lo especial en este caso es que esta Edad no es un tiempo perdido, sino que está proyectada en un futuro de felicidad común.
Gracias a Concha González, docente, por la lectura de esta poesía.
En la imagen, la Edad de Oro, de Lucas Chanach (hacia 1530).