Fui de Grenoble a Ginebra en seis carriles hablando español en un Skoda, con fados en la radio. Otra mañana, recogí en el aeropuerto a Silvio Garattini quien dio su conferencia en inglés en Virgen del Rocío y se volvió a Milán poco después de la comida. Y no enloquecer, y ni darse cuenta. Y pensar que quizás, eso, justamente eso, sea Europa, donde el polvo de frontera es una nube donde la aduana se fue a la periferia de los vuelos intercontinentales, fabricando alambradas en países secos al sur, en países con selva. Porque es posible vivir en Malmö y trabajar en Copenhague desayunando un puente, pasar de la llanura del Po a la cumbre alpina en un tren que suspira a mil metros bajo el suelo, despertarse en Triana y cenar en Faro, vivir en Salzburgo y trabajar en Munich, tomar una copa en Bratislava y la siguiente en Viena. Esta Europa que enterró en cereales y girasol sus millones de muertos, la hemoglobina seca de la vena hendida de Flandes a Nápoles, de la línea Maginot a Stalingrado. Por primera vez en la historia los muertos están fuera. Son abatidos en los desiertos, en las montañas de lenguas exóticas El siglo puso en el mapa la ternura y la tecnología desvirgó las torres almenadas. Europa es posible por primera vez, en el silencio de los cañones, en las alcobas de las parejas mixtas, en los proyectos de investigación. Esta patria difusa, contradictoria, una casi antipatria, pues no se funda en la etnia, el idioma, la religión y la frontera ni en la oposición a nacionalismos invasores. Embrión de lo desconocido, patria sobre todo de los jóvenes con su bandera a retales de banderas, con su himno en el dial, sus iconos mixtos, que permite un vínculo intangible entre el estudiante joven, libre, opulento, de Estocolmo que recibe por el hecho de estudiar un sueldo del estado con su corte de pelo, su bicicleta y sus idiomas, y el obrero joven explotado de Messina con su embarazo, sus grasas saturadas y sus letras del coche. El nuevo paraíso sin manzanas, sin hojas de parra en las vergüenzas, un paraíso con más nieve, con humos y radiactividad, así un poco iconoclasta, pero paraíso al fin, donde Babel se reconoce y ama como una torre posible, donde la traducción es la empresa principal de las literaturas. El nuevo paraíso sin manzanas porque los infiernos están al sur del mar antiguo, al este del Danubio, porque nos especializamos en vallas y alambradas, en aranceles y servicios secretos. Porque Europa es también pagar con Visa, vivir de Ikea, publicar en Elsevier, llamar con Nokia, viajar con Volvo o cocer Barilla. Europa es una marca registrada. Porque patentamos todo, porque nuestros laboratorios lo inventan todo, porque nuestras universidades, nuestras multinacionales, nuestro euro, nuestros bancos, nuestros chocolates y la leche, esa Europa blanca de la leche, esa Europa lechosa, quesera, amantequillada, esa Europa láctea, caseinosa. Esas vacas, esas vacas.