La sangre compartida
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(En un atardecer, el poeta muestra Extremadura a su amada)
Mira la tarde así.
Mira ese tibio
corazón de palomas sorprendido,
mira el silencio de los campos.
Mira el encinar desnudo a los ponientes.
Ancha es la tierra y anchos son los surcos
y dorada es la mies y el horizonte
es como un beso cálido y profundo
que da la noche en griterío de luna.
Al fondo van las sierras de paseo,
azules de nostalgias, verdinegras,
buscando ríos y nube y alborozos
en sus curvas de siglos dilatadas.
Toda la tierra es un inmenso y amplio
corazón palpitando en el silencio,
toda la tierra, extrema y dura, tiene
voluntad de mañana y universo.
Toda la tierra, manantial de espigas,
vive en la espera de un fecundo aliento.
Tierra en la tierra, barbechal en celo,
arroyo de puñal, carne de encina.
Extremadura duerme en esta tarde
en que, triste, contemplo su mutismo.
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Un poema de José M. Santiago Castelo que consiste en la descripción lírica del paisaje extremeño y algo más.
Una composición perfectamente bella, un ritmo y una sonoridad deliciosos, una emocionalidad del yo poético exquisita.
Y, al final, una consideración poetizada del statu quo extremeño, no deseado del todo y mejorable.
Este texto (cantado por Mamen Navia y Víctor Asuar -un tema muy amplio es el uso de poemas como letras de canciones-), merecería ser el himno de Extremadura.
Gracias a nuestro compañero Diego Bote por la recitación de esta poesía.