Las campanas doblan por ti

 


¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida
como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad;
por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

La composición aquí presentada es un fragmento de una obra mayor (La Meditación XVII, del libro con el bello título de Devociones para ocasiones emergentes) del poeta inglés del siglo XVII John Donne. Sobre todo, es conocido porque aparece como cita inicial en la novela Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway.

Estos versos, autónomos en sí mismos, son una reflexión sobre el hombre, sobre todos los hombres. A partir de llevarnos a través de unas preguntas retóricas al tañer luctuoso de una campana (que en la cultura cristiana es signo de un fallecimiento), el poeta discurre sobre la naturaleza comunitaria o social de todos.

Puesto que pertenecemos a un todo, a una comunidad, todo nos conmueve o atañe, incluido el fenecimiento de quien convive con nosotros.

En recuerdo de nuestro compañero Paco Lancharro.

 

También te podría gustar...