Para vivir no quiero
Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las
gentes del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».
Un poema amoroso (qué raro) de Pedro Salinas. En él, aparece un yo poético amante de un tú amado.
Y, curiosamente, el yo poético se quiere quedar en yo y que el tú se quede en tú.
Se puede entender, esa pronominalización del amor, como una huída de los superficial y de lo innecesario que nos ocupa; quedar en la esencia, quitado todo lo demás.
Y más allá, quedarse en pronombre. Además de carne y huesos, somos palabras, que nos identifican; puros elementos de comunicación, personas de un discurso, entre los que hay amor.
Para otra ocasión, qué es el amor.