Una visión

Párate aquí, contempla
los paisajes que han ido conformando
el rostro que ahora tienes.

Tus ojos que reflejan la mirada
de ese valle perdido donde el tiempo
se ha ido remansando hasta tal punto
que a veces dudas hasta de que pase.

Tus oídos que guardan el susurro
de las ramas mecidas por el viento
y del bronco rodar de las gargantas
cuando bajan crecidas en invierno.

Proyecta tu nariz tu dulce olfato
de las secas higueras de septiembre
y el áspero perfume del estiércol
de las bestias que pastan en los prados.
 
Tu boca es el sabor (sin sabor, dicen)
del agua herrumbrosa de las fuentes
y de moras silvestres y cerezas
maduras a la luz de los veranos.

Las arrugas que cruzan por tu cara
son las líneas del mapa de tu vida.
Señalan los caminos que has seguido
por todas las esquinas de la tierra.
Son las marcas dejadas por los años
que pasaste escondido en este sitio.

Los unos y las otras se han cruzado
exactamente aquí.
                                  Para, contempla:
este espejo revela al fin tu máscara.

Un poema de Álvaro Valverde de un contenido más bien sorprendente por lo poco frecuente.

En versos libres, el poeta pide a un tú –todos, el mismo, y esperemos que no un tú impersonal- la propia contemplación del rostro (!). Y a partir de este momento, hay una poetización de este y de sus componentes –y comentar esta poetización no es sino desvirtuar el poema-, donde hay una liricalización de la vida vivida y reflejada, con imágenes de elementos de la naturaleza de gran calidad estética.

Un texto sobre la autocontemplación, la propia visión de una mismo, la cara como reflejo de lo que se es y el producto que somos de lo pasado antes.

Un modelo de lo que debe ser una gran poesía.

Gracias a nuestro compañero Abraham Benito por su lectura.

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