Despertó cansado, como todos los días…
-Sol, Sara, Isabel y Jorge-
Aquí tenéis los textos ganadores de nuestro Concurso literario de Hiporrelatos:
Despertó cansado, como todos los días…
… pero Pedro, cuando se levantó, sabía que ese día iba a ser diferente. Hoy empezaba el instituto. Pedro era un niño al que le costaba mucho relacionarse con otros niños, por eso iba asustado. Se vistió y preparó la mochila, ya estaba listo. Salió de casa y llegó al instituto, allí había más de cien niños de su edad. La verdad es que Pedro sacaba muy buenas notas, gracias a su afán de trabajar. Cuando estaba allí, una niña muy guapa se le acercó, le preguntó su nombre y con timidez se lo dijo. Era tan hermosa como su nombre, Carla. Al día siguiente, cuando Pedro fue al instituto, con más ganas, Carla estaba allí con otros niños, a Pedro le dio vergüenza y no se acercó. Carla en cuanto le vio fue a por él y le presentó a sus amigos. Pedro ahora lleva un año en el instituto y ha superado su timidez a hablar con otras personas.
Isabel Trinidad Santos. 1º C.
Primer premio. Primer ciclo de la ESO.
Se presentó cansado, como todos los días…
Y se preguntó qué hacer con su vida,
aburrido y desesperado, buscando una huida.
Escapar, huir, sin parar ningún día.
Despertó cansado, como todos los días,
esperando la respuesta que nunca llegará.
Y llegando incluso a gritar algún día,
esperando oír su desaparecida alegría.
Despertó cansado, como todos los días,
deseando no sufrir y ser feliz,
deseando vivir sin pensar en lo que pasaría.
Despertó cansado, como todos los días,
llegando a vivir sin ninguna alegría, esperando que acabara su agonía,
y siempre preguntándose por qué sigue esta horrible vida.
Despertó cansado, como todos los días.
Jorge Cortés Rivera. 1º B.
Segundo premio. Primer ciclo de la ESO.
Despertó cansado, como todos los días…
Se restregó los ojos mientras se acercaba, tambaleándose, hacia la ventana; miró por ella y suspiró. No sabía cuánto más aguantaría su cuerpo. Aquella tortura era demasiado para él. De mala gana, Diego comenzó a vestirse. Sin duda, el día se tornaba gris, como todos los demás. Hacía tiempo que la esperanza por vivir se le había escapado, escurrido entre sus dedos. Y, como un fantasma errante, se desplazaba pesadamente por la vida, agonizante.
Era martes por la tarde. Con un gran estruendo, se cerró la puerta principal de la vivienda. Unos pasos pesados se empezaron a escuchar por el pasillo. La tétrica figura del joven cayó sobre el frío suelo. Tan sólo se escuchaba su respiración entrecortada y los lúgubres gemidos que producía mientras lloraba. Con cada lágrima derramada dejaba ver la amargura que colmaba todo su ser. No podía aguantarlo más. Era imposible soportar lo que él había soportado durante cuatro años. Toda su vida había sido una sucesión de penurias e injusticias. Cerró los ojos con fuerza y dejó de llorar. Todo esto debía llegar a su fin.
Se levantó y con pasos concisos llegó a su cuarto. Avanzó hasta situarse en el centro de aquella habitación sumida en las sombras. Sonrió con tristeza. Su existencia también estaba sumida en la oscuridad. Cerró los ojos e inspiró con fuerza. La decisión estaba tomada. Nada le ataba al mundo de los vivos. ¿Por qué no probar suerte en el mundo de los muertos? Nadie le detendría. Miró hacia su izquierda. Allí permanecía, perenne, su gladio, su espada romana. Aún recordaba la primera vez que la vio. Brillaba, destacaba sobre todas las demás. Siempre había admirado la cultura clásica. Desde que vio aquella espada empezó a amar aquella época en la que el Gran Anfiteatro Flavio Coliseo fue concebido. ¿Quién sabe? Puede que después de morir, por medio de alguna fuerza mística, regresara a aquella bendita época.
Desenvainó la espada, su filo brillaba más que nunca. Si aquel mundo depravado no le quería, no sería él quien rogara una segunda oportunidad. Con pulso trémulo y entre lágrimas atravesó su cuerpo con el arma. Cayó al suelo. Una luz blanca le cegó por completo. Por un momento, dejó de sentir.
Abrió los ojos. Se encontraba en un túnel, en el fondo del cual se divisaba una luz blanca. Se oían voces alegres. También se escuchaban carros tirados por caballos. Diego se giró sobre sí mismo, esperando encontrar una respuesta a las preguntas que se agolpaban en su mente. Sus pies tropezaron con algo. Su gladio. Extrañado, lo tomó. Una vez más miró a su alrededor, y allí estaba. Un cartel que apuntaba hacia la luz. En su centro con letras grandes y brillantes, la palabra ROMA. Sin pensárselo dos veces, el joven muchacho que tanto había sufrido se encaminó hacia la luz. ¿Acaso no merecía otra oportunidad?
Sara Macera Álvarez. 3º C.
Primer premio. Segundo ciclo de la ESO.
Despertó cansado, como todos los días…
Me levanto y todavía estoy soñando, una horrible pesadilla, pero estoy aquí, hace mil veinticinco días que estoy aquí, encerrado en este infierno. Miro a mi alrededor, veo a la gente acurrucada en el suelo, durmiendo como mejor puede. Hoy me he levantado antes que esa dichosa alarma. De repente noto una pequeña mano en mi espalda, es Alicia, me está mirando con sus enormes ojos azules, pobre Alicia; y pensar que jamás ha conocido el mundo de antes. Ella nació aquí y morirá aquí.
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¡Hola Noah! Qué temprano te has levantado hoy. ¿Qué estás haciendo?
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¿Yo? Nada, pensar –respondí.
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Tú, siempre tan pensativo –dijo Alicia con una risita.
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Oye, Alicia, ¿cómo haces para estar siempre tan feliz? –pregunté.
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No sé, pienso en el mejor recuerdo que tengo y lo mantengo en mi cabeza. Inténtalo, te vendrá bien, nunca te veo sonreír–dijo,
Esbocé una sonrisa un tanto fingida y me aparté de ella.
Tu mejor recuerdo, tu mejor recuerdo…me repito a mí mismo. Me traslado seis años atrás, cuando mis padres todavía vivían y llegaban del trabajo, me abrazaban y mimaban. ¡No!, me digo, este recuerdo es doloroso y hace que me derrumbe… cuando de repente suena esa maldita alarma que anuncia la llegada de nuestra extenuante jornada.
Sol Fernández Buman. 4º A.
Segundo premio. Segundo ciclo de la ESO.