Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío…
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Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío:
claridad absoluta, transparencia redonda.
Limpidez cuya extraña, como el fondo del río,
con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda.
¿Qué lucientes materias duraderas te han hecho,
corazón de alborada, carnación matutina?
Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.
Tu sangre es la mañana que jamás se termina.
No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso.
Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente.
La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.
Tu insondable mirada nunca gira al poniente.
Claridad sin posible declinar. Suma esencia
del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.
Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia
acercando los astros más lejanos de lumbre.
Claro cuerpo moreno de calor fecundante.
Hierba negra el origen; hierba negra las sienes.
Trago negro los ojos, la mirada distante.
Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.
Yo no quiero más luz que tu sombra dorada
donde brotan anillos de una hierba sombría.
En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
para siempre es de noche: para siempre es de día.
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Un poema de Miguel Hernández, de cuartetos en versos alejandrinos, cuya calidad poética y belleza supera cualquier comentario.
El yo lírico habla al tú y manifiesta –un ejemplo académico de lo que es el énfasis retórico- y declara su ensimismamiento frente a la realidad material que es su amada.
Una poesía amorosa, de rasgos gongorinos –en los hipérbatos, por ejemplo-, vitalista, donde se conceptualiza y se literaturiza -con la nominalización y la abstracción simbólica- el deseo erótico a partir de la sola palabra/concepto luz.
Gracias a Paco J. López, compañero de nuestro Centro, por la lectura de esta composición.