El ama

El alma se empapaba
en la solemne clásica grandeza
que llenaba los espacios abiertos
del cielo y de la tierra.

¡Qué plácido el ambiente,
qué tranquilo el paisaje, qué serena
la atmósfera azulada se extiendía
por sobre el haz de la inmensa llanura!

La brisa de la tarde
meneaba, amorosa, la alameda,
los zarzales floridos del cercado,
los guindos de la vega,
las mieses de la hoja,
la copa verde de la encina vieja…

¡Monorrítmica música del llano,
qué grato tu sonar, que dulce era!

La gaita del pastor en la colina
lloraba las tonadas de la tierra,
cargadas de dulzuras,
cargadas de monótonas tristezas,
y dentro del sentido
caían las cadencias,
como doradas gotas
de dulce miel que del panal fluyeran.

La vida era solemne;
puro y sereno el pensamiento era;
sosegado el sentir, como las brisas;
mudo y fuerte el amor, mansas las penas,
austeros los placeres,
raigadas las creencias,
sabroso el pan, reparador el sueño,
fácil el bien y pura la conciencia.

Un poema de José María Gabriel y Galán -poeta de finales del siglo XIX y principios del XX, nacido en Salamanca y trasladado al norte de Cáceres; muerto prematuramente- de su obra Castellanas.

Se trata de un texto largo -una elegía- donde se distinguen dos partes; la primera, la alabanza del ama -la señora del señor y de la casa, propietaria y supervisora de todo-, de su “dulce compañera” -a la que pertenece este fragmento-; y la segunda, su muerte. Gabriel Laguna, estudioso de la poesía de Gabriel y Galán, dice de este fragmento: “…la actitud bucólica de retiro al campo, el coloquialismo de su estilo y el recurso a la poesía de la experiencia… Un nostálgico y sentido encomio de la vida tradicional en el campo.  Entronca con una tradición ecológica con referencias en Garcilaso y Fray Luis de León; y su última fuente, un texto latino: Virgilio, Geórgicas II, versos 483-540”.

Una hermosa composición, en su sonoridad y en la expresión de su contenido; la descripción de un entorno, la vegetación, el paisaje humano y todo el bien que es favorecido en ese ambiente.

Gracias a Gabriel Laguna, catedrático de Filología Latina en la Universidad de Córdoba -y antes profesor en la UEX- por su amabilidad y la lectura de esta elaboración.

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