El laberinto invisible



Para el que sabe ver
siempre habrá al final del laberinto
de la vida
una puerta de oro.

 
Si la atraviesas hallarás un patio
con musgo, empedrado,
y en él dos cedros opulentos con
sus pájaros dormidos.
(No encontrarás ya aquí la música de Orfeo,
sino sólo silencio.)
Cruza el patio, verás luego otra puerta.
Ábrela.
Ya dentro, en la penumbra,
verás un muro
y, en él, unas palabras muy borrosas
de cuya sencillez brota una luz
que, lenta, pasa a ti y te devuelve
al fin la libertad,
la plenitud de ser:
«Sean siempre alabadas
las palabras dulcísimas
que sanan: paz y bien».

 
Después, ya en soledad profunda,
verás que te hallas frente a otra puerta
que aún no puedes abrir,
porque no es el momento:
la que quizá te lleve a otro laberinto,
al laberinto último, invisible.
¿De él habrá salida?

 
(Sólo queda esperar,
esperar al amparo seguro
de esas letras borrosas
que sanan.)

_

Un poema del magnífico escritor leonés Antonio Colinas, dentro de su libro homónimo, una composición hermética, sutil y enigmática como la resolución de un problema o un pasatiempo.

Partiendo de las alegorías laberinto = vida y laberinto = muerte, el autor habla a un tú (que le sirve para desdoblarse o para dirigirse a todo el que lo lea) sobre las sucesivas puertas (vicisitudes) que hay que atravesar en la vida hasta la última donde continuará no se sabe qué.

Una reflexión muy hermosa y genialmente poetizada sobre el paso entre la vida y la muerte, un estudio ético de la esencia de una búsqueda vital que no se sabe cómo acabará, pero que sería deseable que acabara con palabras como libertad, plenitud, bien y paz.

Gracias a Soledad García Garrido, escritora extremeña, filóloga de formación, ganadora de numerosos concursos literarios de relatos, por la lectura de este texto lirico.

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