Hombre que mira más allá de sus narices
Hoy me despierto tosco y solitario; no tengo a nadie para dar mis quejas, nadie a quien echar mis culpas de quietud. Sé que hoy me van a cerrar todas las puertas y que no llegará cierta carta que espero; que habrá malas noticias en los diarios; que la que quiero no pensará en mí. Y lo que es mucho peor, que pensarán en mí los coroneles, que el mundo será un oscuro paquete de angustias, que muchos otros, aquí o en cualquier parte, se sentirán también toscos y solos, que el cielo se derrumbará como un techo podrido, y hasta mi sombra se burlará de mis confianzas. Menos mal que me conozco. Menos mal que mañana, o a más tardar pasado, sé que despertaré alegre y solidario, con mi culpita bien lavada y planchada; y no solo se me abrirán las puertas, sino también las ventanas y las vidas; y la carta que espero llegará y la leeré seis o siete veces y las malas noticias de los diarios no alcanzarán a cubrir las buenas nuevas; y la que quiero pensará en mi hasta conmoverse; y lo que es muchísimo mejor los coroneles me echarán al olvido; y no solo yo, muchos otros también se sentirán solidarios y alegres, y a nadie le importará que el cielo se derrumbe, y más de uno dirá que ya era hora; y mi sombra empezará a mirarme con respeto. Será buena, tan buena la jornada, que desde ya mi soledad se espanta.
Un poema de Mario Benedetti sobre sí mismo y sobre los demás, todos los que somos.
El poeta se presenta en dos momentos vitales fácilmente reconocibles por el que lea; por un lado la pesadumbre, la vida en contra… y por otro lado la alegría, el buen rollo, el flujo y la fluidez de la vida.
La paráfrasis es el pecado del que habla por otro, así que más comentarios a esta composición sobran.
Queda el disfrute de la expresión lírica, del contenido esperanzador o reconfortante, y la constatación del valor catártico que tiene la literatura, a pequeña escala si se quiere, pero que está.