Milagros

¡Vamos! ¿Quién hace escándalos por un milagro?
Yo por mi parte no conozco más que milagros.
Ya sea que camine por las calles de Manhattan,
o levante los ojos más allá de los tejados y mire el cielo,
o ande descalzo por la playa a la orilla del mar,
o me pare debajo de los árboles en el bosque,
o converse en el día con una persona querida,
o me siente a la mesa con otro,
o mire a los desconocidos que van frente a mí en el tranvía,
o bien observe a las abejas volar alrededor de su colmena
un mediodía de verano,
o a los animales que pacen en el campo,
o la maravilla de la puesta de sol o las estrellas
tan silenciosas y tan brillantes,
o la fina, exquisita, delgada curva de la luna nueva en la primavera;
esas cosas y todas las otras, todas y cada una, son para mí, milagros;
todo relacionado en un solo conjunto y cada cosa, sin embargo, distinta
y en su lugar para mí cada hora del día y de la noche es un milagro.
 
Cada pulgada cúbica de espacio es un milagro.
Cada vara cuadrada de superficie hasta que hierve de milagros,
para mí el mar es un incesante milagro,
los peces que nadan en él —las rocas— el movimiento de las olas —
los barcos y los hombres que viajan en ellos,
¿es que hay acaso más extraños milagros?

Un poema de Walt Whitman, que presenta su visión de todo, del universo, de las cosas, de lo natural y de lo creado por el hombre, de las relaciones entre los hombres…

Con versos largos y contundentes, llenos de contenido, versifica su visión exultante de lo real, de lo que existe; una visión que refleja felicidad y reconciliación consigo mismo y con la vida.

Una adoración panteísta a todo lo que es, porque todo tiene su valor y todo nos sorprende y nos puede alegrar.

No es que todo sea un milagro, sino que nuestra perspectiva, según donde nos situemos, puede hacernos ver o sentir así.

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