¡Oh, aquellos días claros…
Oh aquellos días claros de mi niñez, aquellos
días entre jardines, entre libros y sueños,
a qué poco han quedado reducidos: las piedras
brillantes al sol alto del dulce mediodía
-¡qué amarilla se ha puesto de aquel sol la memoria!-,
las pequeñas calizas, los cuarzos y pizarras
polvorientas, suaves, bajo los almecinos,
aún tienen un rescoldo de recuerdo en mis manos;
el jazmín del estío -¡qué fue de aquella nieve!-,
que daba olor de fiesta a la tranquila noche,
aún lo siento en el pecho, cuando cierro los ojos;
y el rumor de las olas, lenta, lejanamente,
en mi interior florece cuando llueve el silencio.
Calor, olor, rumores: a qué poco han quedado
reducidos los días lejanos y felices.
A veces el sonido de una piedra, cayendo
en una verde alberca, me hace creer que nunca
debió formarse un hombre sobre aquel que gozaba
sobresaltando aguas tranquilas. Y quién sabe
si hoy, corriendo esas aguas hacia mares futuros,
también piensan que nunca debieron de ser ríos.
Un poema de Alfonso Canales de gran belleza poética e igual, por lo menos, intensidad reflexiva.
En la primera estrofa de este poema, el poeta hace una recuperación de su infancia (la paráfrasis, aquí como en otros poemas, estropea la lectura del texto) de una manera genial, superpoetiquísima, de donde recoge detalles que nos trasmite muy vivamente.
En la segunda estrofa, en un alarde de humanismo, reflexiona sobre su existencia, sobre su paso por esta vida (como los ríos de Manrique, ahí lo deja) …
Una composición hermosa, honesta, profunda… esto sí es poesía.