Un murmullo



Todos los ruidos del mundo
forman un gran silencio. Joaquín Pasos
 
Da igual que sea en un bar
o al abrigo del fuego,
al principio del tiempo de los hombres.

Siempre ha habido un murmullo envolviéndolo todo.
Las voces de la tribu ocupando la cueva,
el clamor de guerreros tras la caza,
el estruendo incendiado en las revueltas,
el grito enardecido en un estadio,
aplausos y ovaciones en la televisión,
las risas de los niños que juegan en los parques.

Un zumbido presente todo el tiempo,
como un motor en marcha que nunca se detiene.
Ni siquiera en las noches se detiene,
temblor de luz eléctrica y de vértigo.
Son frases inconexas que abrazan la cadencia
de las ondas acuáticas
si se lanza una piedra en el centro de un lago.

Alguien cree que hay silencio justo antes,
del disparo de gracia en un fusilamiento,
pero el eco devuelve repetidas
las últimas plegarias de los ejecutados.
Siempre ha habido un murmullo envolviéndolo todo,
un ruido permanente.

Más que el miedo al silencio,
                            el temor de sentir
las cosas que se dicen en voz baja.

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Un poema de Daniel Rodríguez Moya que consiste en un desarrollo amplio sobre el mismo título, sobre ese ruido de baja intensidad tan habitual en la vida de todos.

Aparece en esta composición como actividad humana y alguna vez como producto de la propia naturaleza; aparece en situaciones contemporáneas y en otras antiguas, en momentos agradables y en ocasiones trágicas…

A modo de conclusión y de reconvención, el poeta reprende esa molestia, revelando -desde su reflexión, de aquí su carácter lírico- la verdadera causa de su porqué: la incomodidad humana de oír lo que no se quiere oír y encontrarse con la verdad dicha sin intensidad sonora, sino con la sola fuerza de las palabras.

Una peculiar composición, sencilla y clara, con un contenido poco común.

Gracias a Gema, compañera nuestra, por su lectura.

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