Los justos
Los justos
Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Un curioso poema de Borges (en este caso, los límites de lo que es un poema se ven muy difuminados).
Siguiendo el título de Los justos, el autor hace un recuento de las personas que así pueden ser consideradas, y cuyos rasgos pueden ser los siguientes.
En primer lugar, en los justos existe el ansia de paz y el gozo del tiempo; son todas personas que gozan de un común denominador: cuentan con minutos y horas para hacer lo que hacen. Quizás, la justicia se da en quienes se dan tiempo; quizás sólo ellos puedan dar a luz pensamientos prudentes y soluciones equitativas.
Un segundo elemento que llama la atención de los justos es una necesidad por lo bello. Aquí aparecen la música, la poesía, la literatura. El justo, los justos, requieren de lo bello en sus vidas. Llenar aquella fuente de tiempo que poseen con arte y belleza; quizás el discernimiento entre lo bello y lo que no lo es se parece mucho al discernimiento entre lo justo y lo injusto.
Finalmente, otro elemento que caracteriza a los justos: la humildad. Los justos no sólo deben tener una relación especial con el tiempo y gozar con lo bello, también deben ser humildes. Sólo ellos -justos jueces- pueden reconocer la razón fuera de sí.
Por los justos, el mundo sigue en pie.