Claridad del día.
Te digo que ésta ha sido la primera vez que amé. Si la tierra que ahora pisas se hundiera con nosotros, si aquel río que nos vigila detuviera el paso, sabrías que es verdad, que te he buscado desde niño en las piedras, en el agua de aquella fuente de mi plaza. Tú, tan flor, tan luz de primavera, dime, dime que no es mentira este milagro, la multiplicación de mi alegría, los panes y los peces de tu pecho. Contéstame. No quiero hablar yo solo, estar -yo solo- alegre. Te amo. ¡Fuego, la mañana hace fuego y nos golpea los corazones! Levantémoslos arriba, siempre arriba. Alguien nos lleva, alguna mano pura nos empuja. Aire en el aire, iremos a aquel monte. Cristal en el cristal más limpio, un día nos miraremos hasta emocionarnos. Y ya lo estamos como nunca. Dame la mano. Si me dices que eche al río mis versos, yo los echaré, si quieres que arranque aquella flor y te la traiga, te la traeré. Pero anda, ven conmigo. ¿Ves un pinar allá a lo lejos? Vamos. Ya todo es nuestro: el buen camino, el árbol, la generosa claridad del día.
Un poema de Carlos Sahagún de una intensidad hermosa y sublime.
El yo poético declara su amor a un tú, objeto de su amor; un primer amor –que así puede llamarse, pues así lo declara, en cuanto auténtico-, siempre esperado –por pleno-, origen de una alegría total.
Pero el yo poético desea y espera más, quiere compartir- la alegría entre otras cosas-, quiere ser nosotros –yo + tú = nosotros, ¿la fórmula del amor?-, y marchar (vivir la vida juntos) juntos, hacia una nueva vida (una luminosa metáfora, la claridad del día, el comienzo de algo nuevo).
Es muy difícil glosar una poesía como esta sin destrozarla, cuando su valor está simplemente en su lectura y en su disfrute.
Una visión completa del amor, como la unión con otro y como otra forma de vida.