Historia natural de los sentidos

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Alejandra Pizarnik dejó escrito que la rebelión
consiste en mirarlas hasta pulverizarse los ojos.
Dylan Thomas las soñó telescopios
con que los muertos, bajo tierra, contemplan el cielo.
Carlos Edmundo de Ory prefiere hablar
de radiografías de esqueletos de ángeles.

Faulkner se la dio a Emily, Nick Cave a Elisa Day. 
Al comerlas, el asno de Apuleyo se convirtió en hombre.
Es un fuego que no quema, una música aprisionada,
la duda de Wittgenstein, la herida en el pie de Venus.

Las crónicas de Heródoto refieren un ejemplar
de sesenta pétalos alumbrando el jardín de Midas.
Los ciudadanos de Sybaris cubrían sus lechos
con ellas para que el sueño les fuera dulce y favorable.
Si en la Roma de Horacio se cultivó más que el trigo,
¿qué se hizo del huerto saqueado de Virgilio?

Después de pasarse los siglos de mano en mano,
hoy descansa en un jarrón del restaurante.
Nada buscamos en su interior, pues nada esconde:
el papel de regalo es el regalo mismo,
este instante encendido que mi brazo te extiende
para apagarse fugaz en tu brazo ya recogido.

Miramos el menú, sus manjares y vinos exquisitos,
pero nuestro apetito no es de este mundo.
Un proverbio persa, pensado para nosotros
y en este momento, quedó labrado en los bronces 
del tiempo:
Lo que comes se torna podredumbre.
Lo que das se convierte en una rosa.

 

Un bellísimo poema de Jesús Jiménez.

Unas referencias culturales, artísticas, literarias e históricas muy bien traídas que ocultan pero anuncian y crean una situación.

En las dos últimas estrofas, el hoy es un encuentro entre dos (ay, el amor), donde aparece un regalo (el ofrecimiento); el valor en sí del regalo, su insustancialidad, su belleza autosuficiente, así es y así se simboliza en una rosa.

Una poesía muy elaborada, culturalista, donde el saber algo tiene su presencia y su belleza.

Qué gozada.

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