Oda a la alegría
¡Alegría, hermosa chispa de los dioses, hija del Elíseo! ¡Ebrios de ardor penetramos, diosa celeste, en tu santuario! Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado, todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave. Quien haya alcanzado la fortuna de poseer la amistad de un amigo, quien haya conquistado a una mujer deleitable, unan su júbilo al nuestro. Todos los seres beben la alegría en el seno de la naturaleza, todos, los buenos y los malos, siguen su camino de rosas. Nos dio ósculos y pámpanos y un fiel amigo hasta la muerte. Al gusano se le concedió placer y al querubín estar ante Dios. Gozosos, como los astros que recorren los grandiosos espacios celestes, transitad, hermanos, por vuestro camino, alegremente, como el héroe hacia la victoria. ¡Alegría, hermosa chispa de los dioses, hija del Elíseo! ¡Ebrios de ardor penetramos, diosa celeste, en tu santuario! ¡Abrazaos, criaturas innumerables! ¡Que ese beso alcance al mundo entero!
Un poema de Friedrich Schiller, poeta romántico, aquí presentado de manera reducida.
Beethoven conoció esta composición poética y quiso musicalizar el texto; así, en su Novena sinfonía el movimiento final es para coro y solistas sobre el texto de la Oda a la Alegría. Esta pieza musical pasó a ser el himno de Europa.
En esta poesía, su creador diviniza a la alegría, situándola dentro de la mitología clásica (acervo cultural en el origen de Europa), asociándola quizás con las Cárites (las diosas del encanto, la belleza, la naturaleza, la creatividad humana y la fertilidad) o en todo caso situándola en el paraíso de la Antigua Grecia.
El poeta alaba y ensalza a la alegría, y anima a todos, a nosotros, a su adoración. Habla de su función, de su efecto en los hombres y de la devoción que se le debe profesar.
E insistentemente, el autor anima a todos a disfrutar de la alegría, como fin y destino de nuestra vida.
Ahora que empezamos el curso, intentemos seguir la estela de la alegría. Alegrémonos y alegremos a los demás. Es lo más sano.