Para que yo me llame Ángel González

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
 
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
 
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…

Un poema de Ángel González, sobre sí mismo, en una especie de ejercicio de autorreflexión sobre su origen.

En estos versos, el poeta viaja literariamente hacia el pasado, en un pensar en sus ascendientes, hasta llegar a sí mismo, a su presente, donde él mismo se justifica y se autodefine; una historia de sí mismo y una historia de la humanidad.

Como muchas veces, el nivel poético de la obra de este autor es excelso; la existencia elevada a la categoría de arte literario.

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