Cuando la ola sabe que es mar…

Cuando la ola sabe que es mar
no necesita crecerse por encima de él,
ni necesita mover toda la arena de la playa;
le basta con batir en el instante
y retirarse después a formar parte
del todo al que pertenece.

Cuando la luciérnaga sabe que es luz
no necesita crecer por encima del sol,
ni necesita alumbrar toda la oscuridad,
se instala en mitad de un todo
que no alcanza a ver y alumbra
mientras dura la noche.

Ambas, la ola y la luciérnaga,
viven el gozo y la plenitud
como si fueran eternas.
Porque lo son.

Un poema de Begoña Abad (ya el tercero entre estos) donde poetiza (a partir de dos elementos de la naturaleza) sobre los límites y la propia conciencia de nuestra existencia.

De una manera en apariencia fácil, donde cada palabra ocupa su lugar medido, la autora escribe sobre nosotros, sobre nuestro lugar en el mundo, el que tenemos que encontrar y aceptar, y así encontrar los mayores y mejores de los estados sentimentales y anímicos que podamos disfrutar.

Lo contario, el peligro y el dolor, está en la hibris (ya descubierta por los griegos), la desmesura, el desconocimiento de nuestros límites y el sufrimiento que deviene de ello.

Gracias a Begoña Abad por su recitación.

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